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Técnicas para el Beso Negro
Dos técnicas específicas se utilizan para poner en contacto la boca y el ano en lo que popularmente se denomina Beso Negro.
El anilinctus es la acción de besar o lamer el ano del compañero, mientras que el anilingus describe la penetración anal con la lengua.
Son dos actividades que se suelen realizar a la vez, ya que la primera forma parte del juego preliminar de la segunda.
Cuando es la mujer la que decide introducirse en ese oscuro mundo posterior, tratando de proporcionar un placer distinto a su compañero, generalmente la boca se transforma en el hábil instrumento de una artista que busca con su ejecución transmitir placer.
Él de pie y frente a la pared apoya las manos separadas sobre ésta y aparta su cuerpo arqueando un poco la espalda, como si quisiera empujarla. Aguarda desnudo a que la destreza de su amante le brinde el goce que ansía. Ella se coloca detrás y se arrodilla entre sus piernas separadas: su caraqueda a un palmo de las nalgas de su compañero.
Sus manos se apoderan de las piernas y las empieza a acariciar desde los tobillos con movimientos lentos y sensuales.
Simultáneamente, lame los glúteos del hombre como si fueran un cucurucho de helado, con toda la lengua, treanmitiéndole su cálida humedad y la cosquilleante aspereza, al tiemp que las manos llegan a la cima de los muslos y los rodean para aferrarse a su parte anterior.
Los dedos, mientras tanto, rozan disimuladamente las ingles, incluso juegan con el vello púbico, sin tocar el pene. Poco a poco, los pulgares se apoyan en las nalgas e inician una presión para separarlas, la carne rozada ve la luz, y el ano queda al descubierto como un tímido ojo que se abre al placer.
Ella no deja de lamer cada milímetro avanzando hacia el centro, y una vez allí, empuja suavamente, gira y gira, mientras siente las contracciones del ano.
También juega con la punta de la nariz empujando hacia el centro para crear nuevas sensaciones sobre el esfínter.
Es momento de ayudarse con el dedo para ampliar el camino e iniciar la penetración con la lengua. Su cara queda encerrada entre los glúteos del compañero. Una de sus manos se desliza bajo las piernas para buscar el perineo con los dedos y así, presionando en forma de masaje, logra aumentar el placer del hombre.
Éste siente crecer la erección ante el juego lujurioso de la lengua entrando y saliendo del ano, con leves toques.
Las sugerencias sobre las posturas para efectuar el beso negro son múltiples. Sin embargo, algunas de ellas tienen relación directa con la técnica de la estimulación.
Cuando el hombre decide practicar el anilingus a una mujer es aconsejable que ella se coloque a cuatro patas, apoyada sobre los antebrazos y las rodillas, y con la espalda un poco arqueada hacia abajo, de modo que sus nalgas queden más elevadas. Él se instala arrodillado detrás, y sin tocarla, ya puede comenzar a excitarse sólo con acercar su cara a su sexo.
Sus manos inician un recorrido por la cara interior de los muslos subiendo hasta las nalgas y evitando tocar en todo momento tanto el ano como los labos de la vulva.
A continuación ejecuta un leve masaje con los pulgares en el interior de los glúteos, como para indicar las intenciones pero sin concretarlas. Las manos se alejan después por los flancos del cuerpo; avanzan rozándolo con las yemas de los dedos, hasta llegar a los senos colgantes de ella, mientras el pecho de él se pega a sus nalgas. Tras acariciar y pellizcar los pezones, empieza el retorno.
Sus manos se deslizan por el cuerpo hacia el vientre, y los labios semihúmedos bajan por la espalda. La boca y los dedos se vuelven a juntar sobre el objeto de sus deseos: el oscuro canal que protege el ano. Lo abre con sus manos suevemente y sus labios se posasnb sobre la delicada piel interior, cada vez con más profundidad.
Empieza a lamer mientras uno de los dedos se dirige resuelto hacia los labios de la vagina y lo recorre de arriba abajo. La lengua llega al orificio oscuro y la punta hace una presión suave, pero no insiste, sino que traza un nuevo rumbo hacia el perineo, donde aumenta la excitación con leves golpecillos.
Continúa y encuentra la gran ranura del sexo, húmeda y palpitante: La lame hasta el clítoris, pero sin entretenerse. Ella se queda con ganas de más.
Cada incursión promete algo que no cumple. Esas insinuaciones provocan el calor pasional de su compañera hasta los límites de la desesperación. Otra vez la lengua regresa por el mismo camino, con idéntica y pausada cautela, hasta llegar al orificio ansiado.
Él lame con fruición y ella reclama más. Su lengua se transforma en una punzante lanza de carne que se introduce en su interior; sus manos se aferran con fuerza a las nalgas y su cara pugna por ir más allá. Con la punta de la lengua acelera el movimiento de entrada y salida hasta convertirlo en un torbellino que rota en el más íntimo interior de ella.